En la actualidad, Iztapalapa enfrenta una de las mayores crisis hídricas de la Ciudad de México. A pesar de figurar entre las alcaldías más pobladas, no recibe agua en cantidad ni calidad suficientes. Sus habitantes deben conformarse con un servicio intermitente, a menudo condicionado por tandeos o el suministro a través de pipas.
Esta escasez contrasta de manera dolorosa con lo que sucede en zonas como Chalco, donde cada temporada
de lluvias ocurren inundaciones, que mezclan aguas pluviales con aguas negras, afectando viviendas, infraestructura y salud pública.

Este desequilibrio representa un fracaso en la distribución equitativa del recurso hídrico como resultado de una visión urbana obsoleta, que ha dominado la política del agua en el Valle de México durante más de un siglo.

Si echamos un vistazo al pasado que aún nos condiciona, podemos observar que hasta el siglo XX, el agua era vista como una amenaza para la salud pública. La Ciudad de México se asentaba sobre un sistema lacustre compuesto
por lagos, ríos y canales. Sin embargo, en vez de armonizar el crecimiento urbano con los cuerpos de agua, se optó por una política de drenaje y desecación. Los canales se entubaron, los ríos se desviaron y los lagos se drenaron para “hacerle lugar” a la urbanización.

El resultado fue la transformación de un ecosistema natural en una mega ciudad con una infraestructura hidráulica basada en el desalojo constante del agua, sin considerar una necesaria recarga de acuíferos ni el equilibrio ambiental. Hoy pagamos las consecuencias de esta visión fragmentada: escasez de agua en zonas altas; hundimientos
por sobreexplotación del subsuelo y colapsos urbanos ante lluvias intensas en las partes más bajas.

Como diputada del III Congreso de la CDMX, me he dado a la tarea de promover un nuevo modelo de gestión
del agua ya que necesitamos sistemas que permitan la infiltración del agua de lluvia al subsuelo, el almacenamiento
en infraestructura verde, su tratamiento descentralizado y, por supuesto, su reúso tanto en usos domésticos como
industriales.

Este modelo debe estar basado en el ciclo natural del agua, Agua en crisis: entre la sequía en Iztapalapa y las inundaciones en Chalco donde cada gota es aprovechada al máximo. La infiltración puede realizarse mediante jardines de lluvia, humedales urbanos o suelos permeables; el almacenamiento mediante cisternas comunitarias o captadores domésticos, y el tratamiento mediante tecnologías ecológicas que purifican el agua sin necesidad de grandes infraestructuras.

La transformación del modelo hídrico no es solo técnica, sino también cultural. Es fundamental fomentar una cultura del agua desde la educación preescolar. Niñas y niños deben comprender el ciclo del agua, la importancia de conservarla y las acciones cotidianas que pueden emprender para protegerla. Campañas públicas, materiales escolares, talleres comunitarios y plataformas digitales deben reforzar esta conciencia colectiva. El agua no debe ser vista como un recurso eterno o garantizado, sino como un bien común, finito y vulnerable.

La Ciudad de México se hunde, y no es una metáfora. Los hundimientos diferenciales que afectan la capital -especialmente en zonas como Iztapalapa-, son consecuencia directa de la extracción masiva e indiscriminada de agua del subsuelo. Además de los riesgos estructurales y geológicos que esto representa, el fenómeno se agrava por la frecuencia de movimientos telúricos, lo que hace urgente una renovación profunda de la infraestructura hidráulica.

Las fugas en la red de agua potable son un ejemplo de ineficiencia crítica. El extinto SACMEX (Sistema de Aguas de
la Ciudad de México), en su sitio oficial, estimaba que hasta el 40% de agua potable se pierde en fugas antes de llegar a los hogares. Este desperdicio no sólo es escandaloso en términos de recursos, sino también de costos operativos y sociales.

Renovar las tuberías, sellar fugas, modernizar la red y descentralizar el sistema debe ser prioridad. Además, es
indispensable planear con base en datos geológicos para evitar mayores daños por hundimientos.

El desecamiento del Valle de México no puede seguir viéndose como una hazaña de ingeniería del pasado, sino
como un error histórico que debemos remediar. Esta decisión, tomada hace más de cien años, ha provocado una ruptura irreversible en los ciclos naturales del agua en la cuenca. Hoy, enfrentamos los extremos: sequías severas en temporadas secas e inundaciones devastadoras en épocas de lluvia.

Restituir el equilibrio hídrico del valle requiere acciones valientes y coordinadas: reforestación masiva, generación de
zonas de recarga, restauración de cuerpos de agua y rediseño urbano que respete los cauces naturales.
Una de las propuestas más inspiradoras y viables es la de las llamadas “Ciudades Esponja” impulsadas originalmente por el urbanista chino Dong Wang y el canadiense Jean-Martin Brault. Estas ciudades tienen la capacidad de retener, limpiar e infiltrar el agua utilizando soluciones basadas en la naturaleza.

El concepto se basa en el rediseño deespacios urbanos con vegetación, materiales permeables, sistemas de captación pluvial y áreas de almacenamiento subterráneo. En lugar de deshacerse del agua lo más rápido posible, se propone aprovecharla localmente, filtrarla al subsuelo y reducir el estrés sobre las redes de drenaje.

La aplicación de esta visión en el Valle de México es urgente y viable. Existen zonas ideales para ello, como parques, camellones, banquetas y azoteas verdes. Lo que falta es voluntad política, inversión y participación ciudadana.
Chalco y Xochimilco representan hoy los puntos más deprimidos —literal y simbólicamente del Valle de México.

Estos territorios no fueron desecados completamente al principio del siglo XX, sino controlados por diques, permi-
tiendo cierta interacción con el agua. Sin embargo, la deforestación de las cuencas aledañas, sumada al crecimiento
urbano no planeado, acabó por colapsar el equilibrio. Al desaparecer los árboles que regulaban el microclima y retenían el agua, se aceleró la evaporación, la erosión de suelos y el azolvamiento de canales. Más tarde, se
emprendieron obras de desagüe que agudizaron el problema en lugar de resolverlo.

En un intento por eliminar zonas pantanosas, a finales del siglo XIX se introdujo en México el eucalipto, una especie exótica originaria de Australia. Su rápido crecimiento lo convirtió en un “aliado” para secar terrenos húmedos. Sin embargo, más de un siglo después, los efectos de esta decisión son devastadores.

Hoy existen millones de eucaliptos en la CDMX. Son altamente inflamables, sensibles a plagas, demandan
grandes cantidades de agua y sus raíces modifican el equilibrio hídrico del subsuelo. Además, durante la temporada
de vientos, suelen caer fácilmente, provocando accidentes y pérdidas materiales.

Es urgente un proyecto ecológico para reemplazar estos árboles por flora autóctona, como ahuehuetes, sauces, encinos 0 tepozanes, especies que cumplen funciones ecológicas sin desequilibrar los ecosistemas locales.

La recuperación ecológica del Valle de México es uno de los mayores retos ambientales y urbanos del siglo XXI.
Implica no sólo rehabilitar cuerpos de agua, sino repensar el diseño de nuestras ciudades, integrar nuevas
tecnologías, modificar patrones de consumo y reconstruir la relación entre los habitantes y su entorno.

No se trata de volver al pasado, sino de imaginar un futuro resiliente, donde el agua no sea vista como un problema de salud pública, sino como fuente de vida y bienestar. En este sentido, el Parque Ecológico Lago de Texcoco es un paso importante hacia la recuperación del gran lago que alguna vez dominó el paisaje del valle.

Este proyecto, impulsado tras la cancelación del aeropuerto en la zona, busca reconvertir el espacio en un gran
humedal artificial con biodiversidad, infraestructura verde y áreas de esparcimiento.

No obstante, este esfuerzo debe complementarse con más humedales, corredores ecológicos, sistemas de captación pluvial y zonas de infiltración en otras partes de la ciudad. El reto es convertir este tipo de proyectos en norma,
no en excepción.

Dentro de todos los proyectos posibles, destaca uno que podría transformar el rostro de la capital: la recuperación del Río La Piedad a cielo abierto. Este río, hoy entubado y oculto bajo avenidas como Viaducto, podría convertirse en un corredor azul y verde que atraviese la ciudad, desde las barrancas de la zona poniente hasta el Lago de Texcoco.

Imagina un espacio con agua limpia, vegetación nativa, caminos peatonales, ciclovías y áreas públicas
donde las personas puedan convivir con la naturaleza. Sería un acto simbólico y práctico de reconciliación
con nuestro entorno.

La crisis del agua en la Ciudad de México es compleja, urgente y estructural. No es suficiente reparar fugas o dis-
tribuir pipas. Se requiere una transformación profunda en la forma como concebimos el urbanismo y nuestra relación con el agua.

Diputada Miriam Saldaña Cháirez, Presidenta de la Comisión de
Uso y Aprovechamiento del Espacio Público. Distrito 31 Iztapalapa.

Fuente: Revista Zócalo