FELIPE CARRILLO PUERTO, Q. ROO, 03 de mayo de 2021

Autoridades tradicionales de los pueblos mayas de la Península de Yucatán, de Quintana Roo;

Ciudadanos gobernadores de Tabasco, de Chiapas, Campeche, Yucatán y Quintana Roo;

Autoridades civiles y militares:

Esta ceremonia de perdón del Estado mexicano se inscribe en las conmemoraciones por los 700 años de la fundación de Tenochtitlan, los 500 años de la invasión europea y los 200 años de nuestra Independencia nacional.

Aquí, por un imperativo de ética de gobierno, pero también por convicción propia, ofrecemos las más sinceras disculpas al pueblo maya por los terribles abusos que cometieron particulares y autoridades nacionales y extranjeras en la conquista, durante los tres siglos de dominación colonial y en dos siglos del México independiente.

En 1849, tras el inicio de la rebelión de los mayas de Yucatán, buena parte de lo que ahora llamamos “opinión pública” era, aunque nos parezca increíble, favorable a acabar con la población indígena. Periódicos como El Universal, El Globo y El Siglo Diez y Nueve pedían la conformación de cuerpos del ejército dedicados exclusivamente al exterminio de los rebeldes sin mediar tregua. Las posturas más moderadas se manifestaban por hacer desaparecer a los pueblos originarios mediante la aculturación y la asimilación, como lo expresó un editorial de El Monitor Republicano del 6 de junio de 1849:

“Todas las personas –afirmaba este editorial– sensatas, decía, convienen en la necesidad que hay de que desaparezca la raza indígena, numerosísima en nuestro país y la más atrasada por desgracia en la carrera de la civilización; mas no todos convenimos en los medios de hacerla desaparecer –decía este escrito–. Pretendemos algunos, si no estamos engañados, en que para conseguir este fin, debe recurrirse a la violencia, a las armas; otros queremos –decía el que escribió ese artículo– hacer que se pierda esa raza civilizándola y mezclándola con las demás.”

Lo cierto es que todos los pueblos originarios de México, todos los pueblos hasta la actualidad, han sufrido la explotación, el despojo, la represión, el racismo, la exclusión y las masacres, todos los pueblos, pero los yaquis y los mayas han sido, para vergüenza de todos, los peor tratados, las víctimas de la mayor crueldad. Estas dos etnias resistieron y sobrevivieron al exterminio.  Estas infamias no solo se cometieron durante la invasión española y el dominio colonial, sino también en la época del México independiente y con mayor brutalidad, durante el porfiriato, hace apenas 110 años.

La dictadura de Porfirio Díaz que se abatió sobre México por 34 años, de finales de 1876 a mediados de 1911, despojó de sus tierras a las comunidades indígenas para beneficiar a particulares nacionales y extranjeros.

La ideología dominante de entonces sostenía que los indígenas debían trabajar como peones y ser entregados como la tierra, el agua, el petróleo y los bosques, a los llamados hombres de negocios para conseguir así el ansiado progreso del país.

Desde luego, como se hizo durante el reciente periodo neoliberal y en todos los periodos de saqueo, los gobernantes de aquel entonces empezaron a arreglar o ajustar el marco legal: desde antes de Porfirio Díaz, pero con más tenacidad en su mandato, se aprobaron leyes de colonización y de terrenos baldíos, en los cuales se incluían las tierras comunales que desde siglos atrás habían pertenecido a las comunidades, a los pueblos indígenas.

La fórmula de este despojo la explicó el mismo Porfirio Díaz en uno de sus informes; sostenía: “En el plan general de mejoras para activar los progresos de la República, no podía descuidarse la colonización, pues es una necesidad de primer orden el poblar las vastas regiones hoy desiertas de nuestro territorio que solo aguardan la mano del hombre para derramar para el país la abundancia y la prosperidad.

Decía Porfirio Díaz: el Ejecutivo ha creído que para resolver esta cuestión de manera conveniente y práctica, era necesario, ante todo, proceder a averiguar de los terrenos en propiedad nacional de que pudiera disponer el gobierno, y convencido de que la acción particular estimulada por el interés privado es mucho más eficaz que la oficial, ha celebrado, conforme a la ley, contratos con varias empresas que se ocupan en la medición y deslinde de terrenos sin más costo para el erario que la tercera parte de las que aquellas midan y deslinden”.

Las compañías deslindadoras, inicialmente fundadas por 29 personas influyentes de las altas esferas oficiales, concentraron grandes extensiones del territorio nacional, incluidas, como ya lo señalamos, las tierras que poseían los pueblos indígenas desde antes de la Conquista y que en muchos casos contaban con títulos de propiedad que les habían otorgado las autoridades coloniales.

Este despojo, llevado a cabo con violencia y crueldad, solía justificarse diciendo que se trataba de indios salvajes o, como lo sostenía el propio Porfirio Díaz en el caso de los mayas, asegurando que los indígenas, y  repito lo que textualmente decía: pretendían “adueñarse” de terrenos de la nación.

Durante todo el tiempo que duró la guerra contra los mayas, el dictador rendía cuentas en sus informes oficiales de su vergonzosa actitud y agresión. Por ejemplo, en 1901, dio a conocer que estaba a punto de aplastar la rebelión de los mayas de Yucatán; al año siguiente, también en su informe, los consideró “sin iniciativa para combatir” y los tachó de “grupos errantes” que resistían en la selva sin someterse. El mismo Porfirio incluso llegó a justificar, en 1902, la creación del territorio federal de Quintana Roo sobre una extensa porción del estado de Yucatán, diciendo que esa “espaciosa –lo cito textualmente– esa espaciosa zona del suelo mexicano, conquistada palmo a palmo a las tribus rebeldes que de ella se habían adueñado”, sería entregada a la “benéfica influencia… de los capitales” y tendría de parte del gobierno federal “una vigencia efectiva, fundada en elementos sólidos” para garantizar “su desenvolvimiento sin dificultad de ninguna especie a la par que la mayor eficiencia  en asuntos de orden administrativo”.

Las llamadas “campañas” contra los mayas, los mayos y los yaquis, fueron en realidad una segunda conquista, no menos brutal que la de 1521. Una vez más los bárbaros eran quienes, mediante la fuerza, despojaban y trataban como extranjeros y hasta como invasores a los dueños originarios de las tierras, mediante una guerra cruel y dispareja, para la cual el régimen adquirió las más sofisticadas armas de la época. Además de un número indeterminado de cañones, se compraron 42 mil fusiles y 9 mil carabinas Maüsser, un armamento muy superior “en todos sentidos al que antes era reglamentario”. Este armamento era utilizado por soldados, en su mayoría indígenas, para masacrar, por órdenes superiores, a sus hermanos del mismo origen y de la misma cultura.

Aquí, en la Península de Yucatán, estuvieron los militares más sanguinarios del ejército, aquí estuvo Victoriano Huerta, Aureliano Blanquet, Abraham Bandala, Ignacio Bravo, entre otros. Téngase en cuenta que los más famosos soldados de la dictadura porfirista hicieron la mayor parte de su carrera militar reprimiendo movimientos políticos opositores, sofocando rebeliones campesinas y combatiendo a indígenas, lo cual en esa época era indispensable para adquirir fama de hombres “rectos y enérgicos”, a fin de escalar hasta los peldaños más altos del poder. Inclusive, durante la guerra contra los yaquis y los mayas, oficiales de algo rango recibían medallas “al mérito militar” como gratificación por sus infamias; destaco que hacia 1903, Victoriano Huerta, teniendo como segundo al mando a Aureliano Blanquet, fue jefe provisional del territorio de Quintana Roo. En ese tiempo, Huerta consumó la matanza de Akumal y por esta hazaña represiva fue ascendido a general de brigada. Años más tarde, en 1913, Huerta y Blanquet ordenaron el asesinato del presidente Francisco I. Madero, nuestro Apóstol de la Democracia, y del vicepresidente, José María Pino Suárez.

El 2 de abril de 1904, al tiempo que conmemoraba, como cada año, su triunfo contra las tropas francesas en Puebla, en 1867, Porfirio Díaz declaraba formalmente concluidas “las interminables” campañas de pacificación de Sonora y Yucatán y se otorgaba a sí mismo el cordón militar. Leo textualmente lo que decía ese manifiesto: “por haber concebido y llevado a buen término la campaña contra los indios salvajes de Yucatán”.

A pesar de la bárbara agresión de la dictadura porfirista, los mayas de la Península de Yucatán aprendieron a resistir en la selva y algunos, no muchos, lograron sobrevivir. En ese entonces, en Quintana Roo, por cada habitante civil había dos soldados; sin embargo, la colonización fracasó, entre otras cosas, porque no era fácil para un extraño a este medio enfrentar las enfermedades tropicales como el paludismo o la funesta malaria.

Aunque en Yucatán hubo auge con el henequén, prácticamente lo que hoy es el estado de Quintana Roo, permaneció inhabitable. En el censo de 1910, mientras Yucatán contaba con 339 mil 613 habitantes, en Quintana Roo solo había 9 mil 109 personas.

Por cierto, en ese tiempo, el periódico oficialista El Universal, en respuesta a una denuncia sobre la esclavitud sostenía sin recato alguno que se trataba de un mal necesario, pues “era una forma de progreso económico” y ponía como ejemplo a Yucatán, cito: “donde el progreso del henequén se debía a la esclavitud de los mayas”.

En Quintana Roo sólo se acaparó la tierra, pero no se produjo nada. Había algunos campamentos de corte de madera, pero la mayor parte del territorio estaba abandonado. Los terratenientes porfiristas ni siquiera conocían sus propiedades.

Rodolfo Reyes, hijo del general Bernardo Reyes, fue beneficiado con una gran extensión de terrenos nacionales, aquí en Quintana Roo, y un hermano del maestro Justo Sierra, secretario de Educación en el porfiriato, de nombre Manuel Sierra Méndez, era dueño de toda la Isla de Cozumel.

Otro dato doloroso, aterrador es que Quintana Roo, en ese entonces, era una enorme cárcel donde venían a pagar sus condenas los opositores al régimen porfirista. Fueron esos reos quienes con trabajos forzados, reconstruyeron el pueblo de Chan Santa Cruz tras la derrota de sus fundadores mayas a manos del general porfirista Ignacio Bravo.

En el archivo de Porfirio Díaz hay un reporte en el cual le informan que el primero de junio de 1907, cinco meses después de la huelga y de la matanza de Río Blanco, el vapor Progreso zarpó de Veracruz con 16 dirigentes obreros detenidos y deportados a Quintana Roo y poco después regresó por 22 opositores más. La mayoría de los presos enviados a Quintana Roo no logró sobrevivir a la dureza del sistema carcelario, a los malos tratos y a las enfermedades causadas por un clima al que no estaban habituados.

Quién iba a pensar que la otrora Siberia mexicana, Siberia tropical, como se llegó a conocer a Quintana Roo, se convertiría con el tiempo en una de las regiones turísticas más importantes del mundo. Ahora, este estado, según el censo de 2020, cuenta con 1 millón 857 mil habitantes y es el que ha registrado mayor crecimiento demográfico en el país durante las últimas décadas. Cancún, toda la Riviera Maya, con su belleza natural, el mar Caribe color turquesa y sus majestuosas zonas arqueológicas, causan asombro a millones de visitantes de todas las latitudes.

¿Qué pedimos?, ¿qué exclamamos?, ese esplendor actual de la región no nos haga olvidar que aquí viven los descendientes de quienes padecieron la más inhumanas de las injusticias: la guerra de exterminio.

Aunque todavía hay mucha pobreza, no podemos decir que el presente es como el pasado oprobioso porfirista, porque ahora hay libertades, son públicas, notorias, se expresa sin censura y hay sobre todo una nueva voluntad de hacer justicia para bien del pueblo, como en los tiempos de la Revolución Mexicana. Tan es así que por eso estamos aquí ofreciendo perdón y exponiendo que jamás vamos a olvidar a los pobladores del México profundo. Si tuviera que decir en una frase qué busca el gobierno que represento, repetiría: por el bien de todos, primero los pobres, y arriba los de abajo y abajo los privilegios.

En fin, nuestro compromiso es escuchar, atender y respetar a todas y a todos, pero dándole preferencia a los más necesitados, en especial, a los mayas y a los indígenas de todas las culturas de México; así lo estamos haciendo aquí en Quintana Roo y en el país entero; no describo programa por programa, acción por acción, beneficio por beneficio, porque estamos en veda electoral y no quiero que se mal interprete o se use de pretexto para que nuestros adversarios conservadores o neoporfiristas nos ataquen, como es costumbre.

Agradezco al presidente de la República de Guatemala, nuestra nación  hermana y vecina, Alejandro Giammattei; agradezco a Alejandro Giammattei Falla por su participación en este importante acto. Muchas gracias, Alejandro, por acompañarnos aquí en Chan Santa Cruz. Aquí en estas tierras de Chan Santa Cruz donde los antiguos pobladores eran los guardianes de la Cruz Parlante, que enviaba mensajes a través de “escuchas” para advertir del peligro y proteger al pueblo maya, un pueblo cuyo pasado es orgullo y cuyo presente es signo de identidad para México y para Guatemala, para nuestros países.

La antigua Chan Santa Cruz, a la que durante el porfiriato se dio el nombre de Santa Cruz de Bravo, en honor al general Ignacio Bravo, quien, con el látigo, el revólver y la mano dura, gobernó sin piedad, Quintana Roo de 1903 a 1911; ahora este sitio histórico, este municipio sagrado lleva el nombre de Felipe Carrillo Puerto, un revolucionario defensor de los mayas.

Recordar a todos, mujeres y hombres, que han luchado por la justicia en otros tiempos, es mantener siempre encendida la llama de la fe, en los ideales del mundo maya, en los ideales universales de la libertad, de la igualdad de la fraternidad.

Muchas gracias.