Ciudad de México. Entre aplausos, gritos de aliento y un ambiente de fiesta, miles de corredores enfrentaron el reto físico y emocional que representa el Maratón de la Ciudad de México, una de las competencias más emblemáticas del país y del continente. Desde muy temprano, los participantes tomaron la salida en el Estadio Olímpico Universitario, en una edición especial que rindió homenaje a los 700 años de la fundación de México-Tenochtitlan.
Correr un maratón no es tarea sencilla. Cada paso implica una lucha personal contra el cansancio, el dolor y las dudas. Sin embargo, también es una experiencia profundamente humana, donde el apoyo del público y las historias individuales convierten el asfalto en un escenario de inspiración.
“Un maratón es para valientes. Quien se atreve a correrlo tiene un valor inmenso. Hoy vengo a apoyar a mi hija y estoy profundamente orgullosa de verla luchar por sus sueños”, compartió Rocío Mérida, a un costado del estadio, minutos antes de que iniciara la competencia.
A diferencia de otros maratones del mundo, el de la CDMX se corre a más de 2,000 metros sobre el nivel del mar, lo que representa un desafío adicional para el cuerpo. A eso se suman las irregularidades del pavimento y el clima cambiante de la capital. Pese a ello, corredores de todo el país y del extranjero se dieron cita para vivir esta experiencia única.
El rarámuri Silverio Ramírez, representante de una de las culturas con más arraigo en el atletismo de fondo, cruzó la meta con satisfacción: “Me dolía la cintura, no sé por qué, pero estoy acostumbrado a correr con huaraches o con tenis. No gasté ni un peso para venir y estoy muy agradecido con los organizadores”.
Durante el recorrido surgieron escenas que dejaron huella. Desde corredores disfrazados de luchadores como El Santo y Blue Demon, hasta superhéroes como Spider-Man, dinosaurios y personajes políticos. Uno de los momentos más simbólicos ocurrió cerca del Teatro de los Insurgentes, donde un corredor cubierto con la bandera de Palestina fue ovacionado por el público. Algunos gritaron “¡Palestina libre!”, mientras él continuaba, con una sonrisa discreta y los audífonos puestos.
A medida que avanzaban los kilómetros, las expresiones de fatiga se acentuaban. Sin embargo, el ánimo de los asistentes —con frases como “¡Sí se puede!” o “¡No te rindas!”— se volvió el motor extra que muchos necesitaban para no claudicar.
En los últimos metros, los gestos de dolor se multiplicaron. Algunos corredores enfrentaron calambres que no lograron frenar su paso. Otros cruzaron la línea de meta con lágrimas, sonrisas y una mezcla de satisfacción y alivio.
Uno de los testimonios más conmovedores fue el de Héctor Alejandro Juárez, de 65 años, quien celebró su sexto maratón consecutivo con podio en su categoría. “Me atropellaron hace ocho años. Me pusieron clavos en las piernas y me dijeron que no volvería a correr. Pero aquí estoy. Dios puso clavos en mis piernas, pero no para detenerme. La fe, la terquedad y la tenacidad hacen posible lo imposible. Nunca hay que rendirse”.
Así, entre historias de lucha, resiliencia y esperanza, el Maratón de la Ciudad de México volvió a demostrar que más allá de ser una prueba atlética, es una celebración de la voluntad humana.
EJ.